Hace seis años expresé que la actuación contemplativa de Rolando
Villena en la parte final de su presidencia en la Asamblea Permanente de
Derechos Humanos y la manera en la que se manejó su designación en la
Asamblea Legislativa, hacían difícil pensar que la duda fuera un
beneficio al inicio de su gestión como Defensor del Pueblo. (Ver
http://napoleonardaya.blogspot.com/2010/05/cuando-la-duda-no-es-un-beneficio.html
)
Conozco a Villena desde hace varios años y durante
un tiempo formamos parte del directorio de una institución nacional. En aquella
época aprecié su trayectoria de lucha por los derechos humanos, su
sensibilidad y cordura; por eso me sorprendió que en a casos como El
Porvenir y el de las muertes del Hotel Las Américas su postura no
hubiera sido lo suficientemente firme.
Pasó el tiempo, y
aunque durante la primera etapa de su gestión en la Defensoría daba la
impresión de ir en el rumbo señalado por el vicepresidente de ser
"defensor del gobierno", en determinado momento hizo un punto de
inflexión. Desde luego que al poder no le gustó para nada la
"impertinencia" de Villena de actuar conforme a ley y asumir la función
que le correspondía, y lo atacaron de muchas maneras.
Nobleza
obliga. Debo reconocer que Rolando Villena, a pesar de la intensa
presión gubernamental y dos intentos de incendio en su casa para
amedrentarlo, terminó su gestión haciendo lo que debía.